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El domador de neones

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Velo. M. A. Serrano

En los últimos tiempos he visto cómo la vida se hacía más rugosa. Como si siempre cantara Tom Waits y nos disfrazaran el optimismo de luz colorida. Ese brillo falso del comercio que se ve comprometido cuando suena un violín. Me gustaría ser domador de neones, no caer en la trampa. O romperme la voz y el alma para ser Waits.

Cuando era más joven pensaba que se podía cepillar la piel del tiempo y hacerla más lisa. Como para patinar. Pero la ambición clava las cuchillas y finalmente descompone. Tal vez por eso los pequeños bultos parecen infranqueables.

Ahora que las ciudades tienen ojos de gato me ciega no mirar al futuro. Mi colección de relojes es tan amplia que no puedo saber la hora exacta. Eso es lo único que me conecta con los latidos: los segundos superpuestos. Y pienso, como en una batucada mínima, que cada golpe de la manecilla va erosionando la imagen fantasmal de quien nos dijimos que seríamos y que se aleja como un niño que se burla. Probablemente Tom lo diría mejor. El timbre se va ensombreciendo para todos.

Un Dadaísta de hoy lee a Aristóteles

Catedral de Siena, por si acaso

Todo esto que tan a nuevo suena, la revolución desde las plazas, el ataque a las castas, la ilusión un tanto revenida y todo eso que tan caduco parece, la estabilidad engañosa del tocón en la laguna, el hundimiento imperceptible, el aburrimiento de los martes, tiene que ver, creo, con una concepción lineal y falsa de la historia: es una línea quebrada. Falsa porque en cada generación se producen pérdidas que no estoy seguro de que las ganancias compensen. Una generación que arrumba a Rilke y lo cambia por textos infantiles, o que pone en duda la labor de los noventayochistas, o que encuentra sus referentes en el cómic, o que confunde prestigio y fama, es… una generación más que cree que el mundo comienza con su nacimiento.

Julien Gracq lo advertía, en 1950, en La literatura como bluff: ya no quedan referencias de primera mano, el saber antiguo nos llega regurgitado una y otra vez por autores menos grandes, hasta convertirse en el soma cultural. No es nada malo o reversible, es lo que hay.

Se dice del médico, políglota y científico Thomas Young que fue el último hombre que lo sabía todo. Murió en 1829, así que vamos para dos siglos de conocimiento individual necesariamente incompleto. Google, tal vez, pero no sabe que sabe. Un día habrá Google Sapiens, a este paso.

La complejidad de los tiempos ya fue vista por Cicerón, la duda sobre el saber era la divisa de Montaigne. Esa asunción humilde, cuando es consciente, empuja la posibilidad de crecer espiritualmente. Decía Gracq que, impuesta por los tiempos, dejaba indefensos a los lectores porque ya no sabían dónde acudir a comer del árbol del conocimiento, ahora selva densa.

Bernardo de Chartres dejó claro que para ver mejor hay que subirse a hombros de gigantes, pero nuestra acumulación de datos es tal que la figura se asemeja a la de un castellet en el que ya el gigante se hubiera hundido por el peso de los encaramados. De ese modo, el barniz se hace el cuerpo: el repintado de los clásicos, una manita de masilla en la chapa, y a correr.

No me canso de contar una experiencia que tuve en las selvas de Guatemala, hace ya años, en lo alto de uno de los impresionantes templos mayas de Tikal. Un grupo de estudiantes estadounidenses miraba, como el resto de nosotros, otros templos que se asomaban entre los enormes árboles de la selva. Allí estábamos, subidos a aquellos hombros, en silencio, hasta que un muchacho declaró con una voz córvida y seria, como de revelación, que le recordaba al planeta de los Ewoks. Sentí cierta tristeza y con ella le miré.

Cada generación tiene derecho a renunciar a sus mayores, qué duda cabe, pero tal vez estamos renunciando a demasiado. Leo a Longino, Sobre lo sublime, y no tengo dudas de lo que estamos perdiendo a cambio del espectáculo de la velocidad. Dadá buscaba sorprender y escandalizar: un dadaísta de hoy lee a Aristóteles, supongo. Ya sé que me acusarán de conservador por decir estas cosas: les doy las gracias. Qué hay más tradicional que epatar al burgués y hacer que se sienta bien en su acomodo: al fin y al cabo, se sabrá observado, y eso es, parece, lo que importa.

Ah, Shakespeare, ese gran revolucionario.

Deyan Sudjic: B de Bauhaus

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La forma del mundo. Sudjic nos guía, mediante objetos y arquitectura, en un viaje por el mundo de hoy.

Este libro de Deyan Sudjic, Director del Museo de Diseño de Londres, es una guía personal, a veces autobiográfica y sentimental, acerca de algunos diseños, objetos y polémicas que han conformado y conforman ciertos aspectos del mundo tal como lo conocemos. Arquitecto de formación, periodista y analista de variados temas no solo relacionados con la forma, sino también con la función, Sudjic ofrece una mirada comprehensiva, y también afable, de toda suerte de viñetas y representaciones de edificios, diseños, polémicas, manifiestos o simples repasos históricos.

Es cierto que la arquitectura ocupa un lugar preeminente en el volumen, pero no lo es menos que como uno de los principales ejes de creación consciente, ideológica y política de las ciudades (y hablamos de la arquitectura de los arquitectos, no de la construcción en sí) y en realidad, como responsable de muchos de los contenedores culturales, desde museos y urbes al completo a más modestas soluciones, constituye una parte importante de la realidad que nos circunda. Además, con la autonomía que consigue al separarse de otras artes, y al aceptar el uso y la función industrial que debe también cumplir, se convierte en el campo de debate entre el funcionalismo y el adorno, de modo que reproduce, en su seno y con su terminología, un debate que la trasciende.

Como señala el propio Sudjic, siempre ha habido arquitectura y siempre ha habido diseño, pero del mismo modo que el mundo analógico sufrió una transformación enorme al abandonar la artesanía como el principal medio de producción de objetos y confiar a la serie industrial esa misión, y además multiplicada, el mundo en el que vivimos tiene que lidiar todavía con la comprensión completa de las implicaciones del paso a lo digital. En ese magma, y como corresponde a los tiempos, la indefinición y la confusión reinan: Sudjic propone el buen diseño como una parte importante de la clarificación y la mejora de la vida de las personas.

El volumen es muy iluminador incluso aunque el interés del lector no se dirija a las implicaciones del diseño más allá del objeto y la función, en tanto que aquel transporta muchos más significados: de status, sociales, de diferenciación e identidad. Para ello, el autor elige objetos que sean capaces de explicarnos sus propias implicaciones: desde ese punto de vista, hay una lucha ideológica entre la arquitectura posmoderna o la arquitectura racionalista, con Bauhaus a la cabeza, o entre las implicaciones morales del diseño de armas y su condición de objetos atados a la forma industrial, que el autor ilustra con la polémica generada cuando el Museo de Diseño de Londres adquirió para sus fondos un fusil de asalto AK47, el arma más vendida de todos los tiempos. Tales implicaciones permiten a Sudjic acercarse a análisis sobre estrategias empresariales, pasando por un amplio anecdotario de manifiestos y exabruptos, o descripciones de diseños exitosos y de fracasos evidentes. Por este tipo de mirada, y porque el autor escribe con amable variedad, el libro es muy entretenido para el lector.

Es cierto que se habría beneficiado de algún apoyo gráfico, pero la definición del mismo como diccionario, que no como enciclopedia, y entiende este crítico que la elección de una concepción analógica (pero tan robusta) como el libro, determinan la función y el manejo, y por lo tanto el diseño. Además, para la mayoría de temas tratados, las definiciones y vívidas descripciones de Sudjic cumplen la función de ilustrar los objetos tratados, la mayoría de los cuales, por otra parte, son iconos del diseño, desde el Museo Guggenheim de Bilbao a los objetos de la marca Braun. Como diccionario no exhaustivo que es, elegidos los términos por el autor, que no duda en incursiones sentimentales por su propia biografía, se debe confiar en la guía, exitosa sin duda, del observador sagaz que es Deyan Sudjic.

Deyan Sudjic. B de Bauhaus. Un diccionario del mundo moderno. Madrid: Turner Editores, 2014. Reseña publicada con anterioridad en microrevista.com. Redifusión con permiso.