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La influencia de El Greco (II)

Apuntaba una idea en el post anterior sobre la exposición acerca de la influencia y la capacidad de transmisión de la misma entre culturas y épocas. La exposición del Museo del Prado, además de la convivencia de las obras, que es la mejor manera de apreciar el impacto del El Greco, propone además una historia del mismo que resulta muy enriquecedora.

Es difícil, en nuestros días, apreciar la influencia específica de un autor debido a la disponibilidad de la información. Pese a que pueda parecer lo contrario, esta influencia está casi más mediada ahora que cuando la transmisión se hacía in situ o por la publicación de estudios y ensayos, que ha sido, lógicamente, la que insertó la visión de El Greco en, por ejemplo, las vanguardias europeas. El asunto es que los criterios de la mediación parecen arrastrase hacia la pura fama, que sabemos que se puede obtener por otros medios. Epatar al burgués, como se decía, sigue funcionando, pero está llegando a extremos que nada tienen que ver con la obra, y pienso en esas subastas donde el asunto parece centrarse en el precio récord: puede ocurrir con un manuscrito de Leonardo, pero también con objetos de Marilyn Monroe, o Manson. Esto, que puede ser entretenido, no es necesariamente un buen criterio para la apreciación estética o conceptual y produce elevaciones inmerecidas.

Son tiempos de mezcolanza, los nuestros. Prácticamente se puede acceder a toda la información, no solo histórica, sino también gráfica de un autor, incluso cuanto no tiene especial relevancia, por lo que la influencia se diluye en el presente: es decir, parece que los logros del pasado ya no son importantes. Google Art Project, además, nos deja apreciar la calidad, dirección, carga de pincel o veladuras de un conjunto cada vez mayor de grandes cuadros. El Greco necesitó de “resucitaciones” ensayísticas para abrir caminos a otros grandes pintores, desde Cezanne a Pollock.

Así, su especial concepción de la luz, que a veces parece estar contenida en la forma, un poco a la manera del fauvismo, es increíblemente avanzada para su época. Quiere esto decir que la influencia entre campos de color contiguos a través del reflejo, por ejemplo, no se produce necesariamente, lo que supone un atrevimiento formal considerable.

«El Greco 001» de El Greco – The Yorck Project: 10.000 Meisterwerke der Malerei. DVD-ROM, 2002. ISBN 3936122202. Distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH.. Disponible bajo la licencia Public domain vía Wikimedia Commons -http://commons.wikimedia.org/wiki/File:El_Greco_001.jpg#mediaviewer/Archivo:El_Greco_001.jpg

Como parece exigírsele a Picasso, El Greco demuestra en sus primeras épocas y en su estancia en Venecia unas sólidas visión y mano clásicas y una preferencia sobre el color antes que sobre la forma como método compositivo, a la manera de esa ciudad. Sabiamente, las manos del arzobispo en La Adoración del nombre de Jesús tienen un color rojo que centra la mirada (El Greco es especialmente hábil en guiar la mirada del espectador mediante sus osadías compositivas, como la de El Entierro del Conde de Orgaz) y desde ahí la reparte: conceptualmente sitúa la importancia máxima en el rezo como taumaturgia de los hechos divinos.

Por tanto, las decisiones técnicas y conceptuales que toma vienen de una mirada estudiada y defendida a costa, a veces, de posibilidades de medro. Sabemos que El Greco era persona culta: el propio Museo del Prado ha organizado una estupenda exposición sobre la biblioteca del pintor, bastante más amplia de lo usual, y que defendía la pintura como un método de conocimiento (apenas conozco novelistas que no dirían lo mismo de su arte) tan válido como los proporcionados por dominios más científicos. Y si lo que se busca en ocasiones es la elevación religiosa, el diseño compositivo necesariamente debe partir de una idea germinal sobre cómo opera la pintura en el conocimiento.

La influencia más importante, por tanto y a mi modo de ver, es la de romper con limitaciones artísticas que tienen que ver con el acabado (el “se parece o no se parece”) antes que con la expresión. Ese viento de libertad produce decisiones sorprendentes. Ya apuntaba en el comentario anterior que la idea sobre los problemas de visión o incluso sobre un pretendido alunamiento del pintor no me interesan especialmente. Primero, porque declarar loco a alguien impide un estudio razonable de su obra (el sensacionalismo acecha) y segundo porque la nómina de artistas con problemas psicológicos es amplísima. Respecto a la visión, se “acusa” a algunos impresionistas de ser miopes, como si eso fuera trampa. No me parece que El Greco pueda encuadrarse en condiciones médicas determinantes o que tales basten para explicar su obra. Creo más bien que sostiene una visión del mundo profundamente cristiana y humana que se deja ver prácticamente en toda su obra. La tristeza y gravedad del Caballero de la mano en el pecho, el retrato español por excelencia junto a los de la Alba de Goya y los bufones de Velázquez, vienen de la permanencia terrena y la necesidad de una vida que agrade a Dios. Pero donde mejor se deja traslucir el sentimiento es en el retablo de Doña Cristina de Aragón que se muestra debajo. Incluso cuando trata temas profanos parece haber una sensación de irrealidad, como en el Laoconte, cuyas figuras a la derecha podría haber firmado perfectamente Marc Chagall.

Wikimedia Commons.  ¿De dónde sale ese color amarillo?

Wikimedia Commons.
¿De dónde sale es color amarillo?

En la práctica de las Artes, uno es su propio tirano. Quiere esto decir que quemará su alma en el intento porque la tiranía que se ejerce sobre la obra es la de plasmar el mundo interior del artista. Solo así se produce ese conocimiento buscado. El conocimiento que nos transmite El Greco es mostrarnos su camino en la obra, y no dudará por ello de violentar formatos, colores, figuras o composiciones, incluso aunque le supongan discusiones con los mecenas y clientes del taller: parece que tuvo que abandonar Roma por sus opiniones despectivas sobre Miguel Ángel y tampoco encajó con los gustos de Felipe II. La visión del artista que solemos tener como alguien engreído y por encima de los demás suele ser cierta, pero en la época, tal soberbia podía traer consecuencias graves. De esas no suele hablarse en las crónicas: quien quiera saber más sobre la posición de autoafirmación de los artistas a partir del Renacimiento, puede leer a Wittkower.

La influencia de El Greco, en suma, es de todo tipo, pero sobre todo la de una mirada que no admite soborno. El artista como significante de su propia obra: en eso está a la altura de sus maestros italianos.

 

El Greco y la pintura Moderna. Museo Nacional del Prado. 24 de junio al 5 de octubre de 2.014

Continente salvaje. Keith Lowe.

By No 5 Army Film & Photographic Unit, Wilkes A (Sergeant) [Public domain], via Wikimedia Commons

By No 5 Army Film & Photographic Unit, Wilkes A (Sergeant) [Public domain], via Wikimedia Commons

El oficio del crítico es situar la obra leída en el contexto de su coetaneidad, y al tiempo, describir para el posible lector qué se encontrará en las páginas del volumen: la mejor crítica, además, descubrirá qué se puede sacar de entre esas mismas páginas. Una posición, por tanto, distinta a la del lector, que deberá hacer esa entresaca por su cuenta y bajo sus criterios, pese a que los de la crítica (es la misma raíz) sirvan como azadilla para remover la tierra entre las letras.

Hay, por tanto, un ejercicio de contención del crítico y una cierta obligación sobre el formato: en primer lugar, cuenta la actualidad del libro, lo que a algunos nos parece un corsé demasiado estrecho. La condición debería ser, tal vez, que el libro fuera fácil de encontrar en las librerías, y esta es otra condición del mercado que ha cambiado. Hay otro corsé que viene de la forma, incluso de la extensión del texto.

Y sin embargo, hay libros que nacen con vocación de ser intemporales (todos, según la consideración de cada autor), y entre ellos, los de Historia, que tratan de asentar, en el contexto del flujo de la historiografía, el título de referencia. No se intenta aquí resucitar la voluntad del crítico a la luz de sus preferencias, pues debe esperar pacientemente a que se cumpla el rito de la reedición de obras olvidadas, en ocasiones justamente. No tendría mucho sentido criticar la reedición de los clásicos, a no ser, como vemos usualmente, por causa de una nueva traducción.

No obstante, los mejores libros de historia tienen la virtud de enlazar sin gran esfuerzo con el pensamiento de la época en la que se escriben, no el de aquella sobre la que escriben. Este es el caso de Continente Salvaje, de Keith Lowe, publicado en 2.012 por Galaxia Gutenberg. Pero además, el libro trata sobre las pervivencias de la Segunda Guerra Mundial mucho más allá de su final oficial: por ejemplo, en la guerra civil yugoslava de los noventa. De hecho, al menos para este lector, el periodo inmediatamente posterior al final de ese conflicto es prácticamente desconocido. Entre otras cosas, según defiende el propio autor, porque se da una impresionante ocultación de gran cantidad de conflictos nacionales o regionales que estallan tras la contienda. Es cierto que la Europa de hoy se construye sobre los cimientos de la reorganización que produce la guerra fría, pero la lectura del volumen da cuenta de la endeblez de los mismos.

Más allá del recuento de atrocidades (desde la masacre de ucranianos a manos de polacos y viceversa a la larga y cruel guerra civil griega) que describen cómo a la destrucción física y económica del continente se une una degradación moral que alcanza nuestros días, lo pavoroso de la lectura estriba en descubrir que gran parte de aquellas heridas no se han cerrado o han alimentado mitologías ahistóricas que, sin embargo, perviven como auténticas en el sentimiento de muchos pueblos o segmentos sociales.

Como acertadamente señala Lowe, la Guerra Mundial en Europa esconde o ampara muchos otros conflictos que colean tras apagarse el fuego de la Gran Guerra: luchas étnicas, como el antisemitismo que atraviesa todo el continente, nacionalistas, que provocan un impresionante y extraordinariamente cruel movimiento de desplazados, o ideológicas, que cristalizan en el Telón de Acero pero que tienen también lugar en Francia o Italia, aherrojadas con decisión por las potencias aliadas y los partidos tradicionales para parar el avance comunista. Además de que so capa del conflicto muchas rencillas personales encuentran solución en medio del fragor.

La investigación de Lowe es monumental y el libro un canto a la doble verdad y sus peligros: el baile de cifras de muertos, desplazados o violaciones es en ocasiones abrumador y difícil de discernir. La propaganda y, lo que es más grave, la ocultación de los datos, se hace al abrigo de intereses nacionales o ideológicos. Y es que otro escenario de la guerra es la notación de los datos, la propia Historia, en suma. Es complicado separar lo cierto de lo incierto o de lo falso, y el autor, naturalmente, no lo hace puesto que no es posible. Pero sí avisa de ciertos desplazamientos de los puntos de vista sobre víctimas y victimarios: que habiendo para todos culpa, los crímenes nazis fueron de una atrocidad sin parangón al industrializar el asesinato.

La sinrazón, la venganza y el odio o la simple maldad se adueñaron de Europa mucho más allá del fin de la guerra y es labor de todos avisar de que jugar con la Historia es un ejercicio peligroso: mejor es saber qué ocurrió para tratar de evitar que los vendavales de irracionalidad encuentren campo libre para arrasar la civilización que, mostrada a veces tímidamente, es el verdadero cimiento de Europa.

La lectura es desgarradora y estremece a cualquiera que se acerque a sus páginas. Pero además, es apasionante y con toda probabilidad, reveladora de hechos que las cenizas de la vergüenza y la ocultación han difuminado y que dibujan la imagen fiel a la que el acertado título responde: la de un continente sin ley ni mandato moral.

Como señala en cierto pasaje el autor narrando la conversación entre un estudiante búlgaro y un oficial de la milicia comunista que le interroga: “si no sabes odiar, te enseñaremos”. Para todos aquellos lectores, o simplemente ciudadanos, dispuestos a no tener enemigos, este libro es imprescindible. Y a los otros, no les vendría mal leerlo.

Continente salvaje. Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Keith Lowe.
Galaxia Gutenberg, 2.012. Traducción de Irene Cifuentes. 539 páginas
Publicada en http://www.microrevista.com/continente-salvaje/
Agosto 2013. Redifusión bajo permiso de microrevista.com
 

 

 

De El Bosco a Tiziano en El Escorial. Historias escondidas.

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Cimborrio de la Basílica de El EscorialAnTeMi from es [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/)], from Wikimedia Commons

Siempre me ha parecido que el Monasterio de El Escorial es poco grácil, que expresa una pesadez de reinos terrenos que no acaba de ajustarse a la profunda espiritualidad de su promotor, Felipe II, sin duda atribulado por la vastedad del Imperio y lo imperioso de la salvación. Pero el viaje hasta allí, corto y fresco, es una ventana de pradera que el ojo agradece, también cuando sabe que va a contemplar algunas obras maestras de la pintura y algún rincón secreto de la basílica.

Me reencuentro con la palabra facistol, ese mueble de grandes dimensiones que sirve para apoyar los maravillosos cantorales y poner así algo humano a los coros de los monjes.

La basílica, vista desde arriba, acerca los frescos, pero no por el ejercicio de bajarlos a escala humana, sino por el de elevarnos en algo para que nos contemplemos. Un punto de vista nuevo que se suma al que ya conocíamos y que fija la vista en los relicarios de las naves laterales. El paseo entre las miniaturas, entre los rimeros, se ve amenizado por el sonido de uno de los órganos, fugas constantes que sin embargo invitan al reposo. Eso hago.

Me fijo, y arrastro el pie para sentirlo, en las formas sinuosas del mármol gastado por miles de pisadas, y eso me hace pensar en el hueco labrado por el arrastrar de una inmensa puerta de acceso al coro, en los destinos rectos de quienes allí moraron.

Paisaje con San Cristóbal. Wikimedia Commons

Paisaje con San Cristóbal. Wikimedia Commons

Antes, me he visto con Patinir, el maestro de los planos horizontales, el del azul, el de la unión de mar y cielo. Con el racional Pantoja de la Cruz y con el color expresivo de Tiziano. Y también con el inquietante El Bosco, y un hombre-rata que, sin darse cuenta, parece enseñorearse de la sala. Expuestos los cuadros y los personajes, sin ocasión para el disimulo, con la franqueza brutal del óleo antiguo. Otro día hablaré de los pentimentos.

Y así, con el olor de la hierba fresca, la impronta visible de orden de la ciudad, el gusto de la comida sencilla, el sonido del órgano como una caricia, volvemos a casa expuestos a los placeres tranquilos de la vida.

De El Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial. Del 24 de junio al 14 de septiembre. Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial.