La memoria, ay, solo es deseo. Si ese deseo se convierte en un recuerdo, entonces deja de creer el hombre: no es asunto de ancianidad, ni siquiera de impulso, sino de una plenitud inesperada, un hartazgo.
No se busca regenerar con eso la vida, ni proyectar aquello que más tarde, tal vez unos segundos, buscaremos como consuelo. No hay cura. Hay sensación y cierta desesperanza lánguida.
No se trata de vaciarse, ni de dejar de mirar: a mi alrededor, o en mi habitación de espejos, veo el ojo vacío y en determinados casos, una leve sonrisa de aceptación. La memoria, como un leviatán, gobierna férrea, y entonces es melancolía. Una acumulación, demasiado tupida, de hojas engañosamente coloreadas, cuya fragancia engaña a la vista.