Nos pasamos la vida anudando cosas. Los amigos, la pareja, los hijos. La carrera, la casa, la decoración, las tarjetas de crédito, el futuro, el pasado que no nos gusta, un nuevo aspecto, el verano, el tiempo ligado, el espacio que no recorreremos, la ensoñación y el ansia, el ADN, los empleos, las novelas, los personajes que se cruzan, los que cambian de historia, lo inesperado, la televisión.
Nos pasamos la vida tejiendo un manto que parece abrigarnos y de ese calor incluso en el ferragosto no nos quejamos.
Todos esos nudos se van liando inextricablemente y el manto empieza a hacerse pesado y nuestra historia es nuestra jaula y nuestro túnel el futuro: lo que deja el barrote de lo que hemos sido y la luz tenue de lo que vamos a ser.
No de lo que podríamos ser porque cargamos con la jaula, como si nos dejara fuera las piernas y nos obligara a andar por donde ya sabíamos.
Romper el nudo está al alcance de unos pocos. Dejarse la memoria unos metros más adelante. Parar la jaula. Romper el túnel.