¿Dónde da descanso el labrantío inacabable de Castilla que no sea en el soto, cuando nace? ¿O en las balizas de los campanarios de los pueblos unidos por carreteras sinuosas y trigo arrogante? En medio de la tierra roturada, donde la vista quiere solo cielo, se alza la alta torre de la iglesia de Santa María en Torremormojón. Como un pararrayos del cansancio, refresca el silencio de la tarde y el paseante, atraído por la idea, el deseo, de escuchar música, se adentra en la nave de la iglesia y ésta zarpa y es mar quedo.
Un concierto de órgano y el propio órgano en reparación: es el concertista quien aporta el suyo. Y agosto quisiera otoñar en el frescor del arpegio. Suben las notas como plegarias y la piedra parece más blanda, como si se sostuviera el edificio solo porque habitantes y turistas la humanizan, de tanto en tanto.
Pienso en las misericordias de los bancos y en el agotamiento del espíritu que solo necesita ese apoyo para beber, de nuevo, lo heroico que esos pocos, como la Fundación Francis Chapelet, vierten como agua fresca sobre el cansancio del siglo.
Y respirar el recuerdo como vaho de agua helada.