Uno de los peores enemigos a los que se enfrenta el novelista es la prisa. Siempre se menciona el “miedo a la página en blanco”, pero creo que hay que tener más miedo de lo escrito… Una novela solo debería ser llevada al papel cuando la mente, incluso el espíritu del escritor, están preparados para ello.
Para que eso ocurra, será necesario que se tenga una idea clara del punto de vista y el tono. Por decirlo de otro modo, un cuidadoso acercamiento a lo que queremos contar y una gran determinación para no escribir, incluso cuando parece claro que podemos empezar. La tinta puede ahogar nuestros esfuerzos rápidamente.
Hay otras cosas que se pueden hacer antes, como notas, bosquejos de cada personaje o la definición de escenarios y, más importante, el desarrollo de tiempo y tempo.
Lo confieso. No hago nada de eso. Solo pienso.
Una vez que se empieza una novela, probablemente apuntará a lugares inesperados y muy fructíferos, a veces. Los personajes pedirán más desarrollo del previsto, los escenarios se iluminarán u oscurecerán, las relaciones entre los personajes se retorcerán… como la vida.
Suelo manejar el ansia sustituyendo la palabra miedo (al papel en blanco y al escrito) por respeto. El miedo apela a respuestas emocionales, y no se vence simplemente actuando por reacción. El respeto requiere una ajustada apreciación del desafío ante nosotros. Apela a lo racional y por tanto ayuda a diseñar una estrategia. Sin eso, la desesperación acecha en cada paso de página…