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La vida en el no lugar

Nolugar

La impresión de movilidad es tan solo eso. Aeropuertos, autopistas, el mundo de Augé. Lugares de paso, donde la identidad individual ni siquiera se confunde con la de los otros: no forma sino una no identidad, incluso aunque el destino (tal o cual ciudad, aquel vuelo, la estación del frío) parezca el mismo.

El tiempo así pasado es, por tanto, un no tiempo. Horas inconsútiles, días plegados, la masa de minutos. No nos movemos, en realidad, solo hay una lenta evolución hacia lo que llegaremos a ser. Sin pista alguna. Y lo engañoso, en realidad, es pensar que cuando salimos del no lugar volvemos al tiempo. A la recta ilusión de que hay algo que orienta lo que el tiempo dibuja.

¿Y si la vida es un no lugar? Ese espacio donde lo intenso de la personalidad no encuentra eco o tribuna. Entonces solo queda colorear las horas. Con la fosforescencia de lo que pervive o el pastel del aburrimiento. Yo prefiero el azul turquí, sombra de siena, amarillo indiano y aguamarina. Como Frenhofer, el pintor de Balzac, mostramos el lienzo manchado y nos engañamos diciendo: he ahí un retrato.

El diablo cojuelo

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En la costumbre, cada vez más arraigada, de mirar a lo Alto, encuentro a veces señales que es difícil no ver. Los caminos de aviones indecisos, grullas volando a ras de los cables y el temor, extrañas formas de las nubes: hongos, semblantes, declaraciones, un pensamiento.

El arma del diablo es la pluma, y perdición su curiosidad. Levanta los tejados para dejarnos expuestos o darnos la oportunidad de mostrarnos a otros. Pero la decisión la deja para nosotros. Si escribir en el agua es efímero (pero también ambicioso y atrevido), mostrar el útil en el cielo es arrogante e igualmente fugaz.

Pero la duda asalta: es herramienta del mal, de la ficción que nos aleja o tal vez el Ángel…

Cincel del tiempo

 

El tiempo es el escultor más eficaz y persistente. Tiene la caricia de la lija fina o el golpe de escoplo. Desbasta la madera, pule y horada la piedra y el alma, santifica el despojo. Otros, cabalgándolo, se aferran al objeto: líquenes de la hora, la termita agente, el ansia, la doblez de la hoja y la conducta. Trabaja sin modelo porque el modelo es efímero y también lo aplasta con su cadencia terne. Mira en el espejo la imagen rugosa, la piel de arena en la roca, el malestar.

Y cuando el frío ronde y escasee el agua, cuando ya nada pueda llevarte a no ser tú, cuando creas que Akaba era escapatoria, vendrá una ayuda siempre sabida y el tiempo, sabio y amable, dará forma a lo que mandaba la piedra, la madera, el pobre barro. Y así la sed encontrará al fin medida.