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Indecisión de la tormenta

Justo antes de que el viento frío agote la espera se suele sentir un pequeño golpe de calor, como una respiración de lo divino sobre las aguas. La tormenta es una indecisión del rumbo y una discusión de los destinos: en el agua brava rebotan ecos de los marineros sepultados y el susurro de los peces al rozarse se transforma en los reflejos dispersos de la calma chicha, corta y en suspense. Silencio y ardor, fuego y sal, carne viva de la piel del agua: nada que el óleo no pueda bañar.

No se tiene la paciencia de contemplar, como en las tardes de pradera y verano, la nube que anuncia el estruendo. Tan solo se busca en las tripas el resplandor del relámpago por si esa luz enseñara algo del futuro. Pero se huele el agua, a veces, justo antes del lloro o de la risa y se arropa con el aroma el recuerdo.

No hay peor ruido que el grito de madre. Ni canción más triste que la que entonan los niños asustados. Demasiados colores en el cielo no suponen arco iris si el tiempo, insistente, los enfría.  Miré los muros, y eran olas, y el techo enjambre de nubes. Y al pintarlo, yo mismo sentí la indecisa sospecha de lo presentido.

Boceto de invierno

 

Boceto de invierno

Valle de Aguilar

Veo ahora, dejando que la luz me venza, un trasunto del invierno que llegó ayer, sin aviso, cuando ya no quería sino descanso y temple. Cómo arrebata la gratitud el frío, afila el hueso y tiñe la ilusión. En el sonido de la brisa olvidada del verano se escondían, sin embargo, las cabriolas del impulso primero, los nervios del ciervo joven, la grama tupida: tras la roca aguarda la escarcha su turno paciente, y el rayo y el grano mojado. En la estación de paso, en el gozne del otoño, un perro aúlla su lamento y queda, como el rumor de la piedra, estancado en los siglos.

Me espera el bosque, inquieto, con las ramas ansiando el siena, el verdemar, el son del aire, el peregrinaje de todos los días que prometían la incursión en la arboleda. Y tal vez, si el tiempo no me empuja, pueda imaginar, en ese boceto, un rostro curtido y una mano franca. Haga el frío lo suyo, en los días cabales.

Obturación

SoriaVIeja

Miguel Ángel Serrano. Recogimiento

Basta a veces perder el color para cambiar por completo lo que nos rodea. La ceguera de azul, de cadmio, del ocre y pardo devuelven a la vista a un tiempo anterior o a un dibujo más nítido del volumen, la línea, el espectro. Incluso la figura humana se convierte en documento y el paisaje en su tonada leve.

Siempre la luz, por mínima que sea, es el centro, y lo oscuro, contraste de la pantalla esperada, un nimbo de la promesa del iluminado. Oraciones en argamasa, pegadas a su siglo y a su esperanza de eternidad, el resonar inesperado, apenas un silbido o una reminiscencia: como el eco de una voz pasada y mejor acomodada en ese recogimiento.

Pienso ahora, en el frío, que el vaho cristalizado de la plegaria queda llega como cuchillos incapaces de elevarse, y caen así en el fango del mundo, orillada por el verdín de otras, en el río de alumbre y hierro que compone las horas. Y lo que el día muestra, inevitablemente, se empasta en el gris.