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La asombrosa humildad

Vano en la roca en la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, en Olleros de Pisuerga

Ciertas flores se conforman con la levedad del pétalo porque saben que nada en la acumulación o en el ornato las hará más grandes. Las malas hierbas solo lo son porque asignamos el adjetivo: se interponen en nuestros planes tan solo estando ahí. Hay una incomodidad en la presencia humilde: los pequeños guijarros en algunas playas, aun fuertes pero tal vez desolados si no vuelven al mar.

Ciertos días hacen flor en los días. Señalan con su estambre breve aquello en lo que deberíamos fijarnos, pero, acostumbrados al dictado de la prisa, del ensimismamiento, no llegamos a verlo. La caricia inesperada de la brisa al doblar una esquina, el transeúnte que aparecerá en nuestro sueño de la noche, un andar ligeramente indeciso ante los espejos…

Lo pequeño se hace enorme cuando nos fijamos. Y así, coleccionado lo vivido en minutos exactos, podemos dibujar un mapa de la vida y observar la asombrosa precisión de los caminos que el destino ha ido eligiendo. La rodera guía inconclusa, la sospecha del recodo (la curva en el camino de Cezanne), la presencia de la maleza en el costado del andar: la mirada que se hurta es la que tirará del hilo de nuestra perdición.

Dijo el viejo narrador: al perder una pestaña, seca por su dureza, el emperador perdió también el trono.

Cezanne habla

Nada.

Satie: Le poisson rêveur

Visito, como un pequeño y observador animal, una exposición de Cezanne. Como si el Siglo XX no hubiera ocurrido (con su desgracia, su tren de miseria, su brillo de estudio sobre el progreso) llego a oler el aceite de linaza y a su través el eco mojado de un camino en curva. Es tal la fuerza, telúrica, que apenas me distraen los visitantes. Quien lo haya vivido lo sabe, el refugio de un cuadrado ocre o la elevación de esas pinceladas dirigidas, decididas, que parecen atrapar el viento. En el óleo untuoso y cárnico del pincel cargado parece posarse el cansancio, tiene el color fuerza para sostener el de todos. Allí silbo, pues, mi tonada y rondo.

Via Wikipedia

La tela que es como el monte Saint Victoire…

Cezanne sabe educar a mi cerebro para que termine de componer la imagen del cuadro: no es que no quiera terminarlo, es que no hace falta. Algún niño, atento al vacío del lienzo, parece enfadarse pero solo porque justo en el hueco deberían estar él y su contento. Me invita al diálogo. A escuchar el suyo con el monte Saint Victoire o su atrevida hibridación: pintemos al óleo como si fuera acuarela, tratemos la aguada como si fuera pincel seco. Quién va a decir que no o por qué no dejaría que fuera el pintor quien decidiera.

Como el pintor, agazapado, dejo que la luz bañe, irradie, lama o estalle. Dejo que haga lo que quiera y ofrezco el ojo. Yo dije en un verso “pintor del aire he sido”, pero solo porque aprendí de otros a esconderme tras un lienzo. Y me he reconocido, en lo profundo del paisaje, como un pequeño y observado animal, nadando junto a otros que parecen asombrados.