Espera siempre el alma una sucesión ordenada de los hechos que la parten y la fortalecen. Espera el verbo la procesión de las ideas silenciosas, la adoración sagrada de esa pequeña habilidad humana de nombrar las cosas sin atrapar su esencia.
El ojo aguarda la sorpresa, agazapado en su mirar lo de dentro, lo desalmado que no admite idea o verbo.
En esas cosas atrapadas, el vuelo del alma, el aliento del verbo y la negación de la mirada, se esconde porque no se vislumbra la evidencia de aquello que nunca sabremos: no hay palabra, ni voz, ni imagen, que puedan explicarlo. Mudo, envolvente y ciego.