Tiene el mar una especial característica que lo aleja de otros paisajes y hace que viva en un hueco de la memoria en el que el tiempo no puede asignarse. Genera sus leyendas porque ofrece una vida rara, de bamboleo y meditación: la sal del aire adictiva como una mirada de mujer.
Por eso es capaz de levantarse en cualquier objeto. Cuando fui niño íbamos a buscar fósiles a una ladera de pizarra y encontrábamos animales hechos piedra: es lo que nos pasa cuando perdemos el agua o dejamos de ver el mar donde no corresponde. También esa agua, la de cuando fuimos niños, se nos endurece dentro, a veces.
La madera que quiere ser arboladura: el tronco parece esperar ser cortado para convertirse en palo mayor. Vivir de ese modo la aventura en movimiento y desenraizarse para ver el mundo, aunque tenga que aceptar alguna mutilación. Tal vez va de eso, la vida: perder algo para encontrar el infinito. Quién lo sabe.