Apuntaba una idea en el post anterior sobre la exposición acerca de la influencia y la capacidad de transmisión de la misma entre culturas y épocas. La exposición del Museo del Prado, además de la convivencia de las obras, que es la mejor manera de apreciar el impacto del El Greco, propone además una historia del mismo que resulta muy enriquecedora.
Es difícil, en nuestros días, apreciar la influencia específica de un autor debido a la disponibilidad de la información. Pese a que pueda parecer lo contrario, esta influencia está casi más mediada ahora que cuando la transmisión se hacía in situ o por la publicación de estudios y ensayos, que ha sido, lógicamente, la que insertó la visión de El Greco en, por ejemplo, las vanguardias europeas. El asunto es que los criterios de la mediación parecen arrastrase hacia la pura fama, que sabemos que se puede obtener por otros medios. Epatar al burgués, como se decía, sigue funcionando, pero está llegando a extremos que nada tienen que ver con la obra, y pienso en esas subastas donde el asunto parece centrarse en el precio récord: puede ocurrir con un manuscrito de Leonardo, pero también con objetos de Marilyn Monroe, o Manson. Esto, que puede ser entretenido, no es necesariamente un buen criterio para la apreciación estética o conceptual y produce elevaciones inmerecidas.
Son tiempos de mezcolanza, los nuestros. Prácticamente se puede acceder a toda la información, no solo histórica, sino también gráfica de un autor, incluso cuanto no tiene especial relevancia, por lo que la influencia se diluye en el presente: es decir, parece que los logros del pasado ya no son importantes. Google Art Project, además, nos deja apreciar la calidad, dirección, carga de pincel o veladuras de un conjunto cada vez mayor de grandes cuadros. El Greco necesitó de “resucitaciones” ensayísticas para abrir caminos a otros grandes pintores, desde Cezanne a Pollock.
Así, su especial concepción de la luz, que a veces parece estar contenida en la forma, un poco a la manera del fauvismo, es increíblemente avanzada para su época. Quiere esto decir que la influencia entre campos de color contiguos a través del reflejo, por ejemplo, no se produce necesariamente, lo que supone un atrevimiento formal considerable.
Como parece exigírsele a Picasso, El Greco demuestra en sus primeras épocas y en su estancia en Venecia unas sólidas visión y mano clásicas y una preferencia sobre el color antes que sobre la forma como método compositivo, a la manera de esa ciudad. Sabiamente, las manos del arzobispo en La Adoración del nombre de Jesús tienen un color rojo que centra la mirada (El Greco es especialmente hábil en guiar la mirada del espectador mediante sus osadías compositivas, como la de El Entierro del Conde de Orgaz) y desde ahí la reparte: conceptualmente sitúa la importancia máxima en el rezo como taumaturgia de los hechos divinos.
Por tanto, las decisiones técnicas y conceptuales que toma vienen de una mirada estudiada y defendida a costa, a veces, de posibilidades de medro. Sabemos que El Greco era persona culta: el propio Museo del Prado ha organizado una estupenda exposición sobre la biblioteca del pintor, bastante más amplia de lo usual, y que defendía la pintura como un método de conocimiento (apenas conozco novelistas que no dirían lo mismo de su arte) tan válido como los proporcionados por dominios más científicos. Y si lo que se busca en ocasiones es la elevación religiosa, el diseño compositivo necesariamente debe partir de una idea germinal sobre cómo opera la pintura en el conocimiento.
La influencia más importante, por tanto y a mi modo de ver, es la de romper con limitaciones artísticas que tienen que ver con el acabado (el “se parece o no se parece”) antes que con la expresión. Ese viento de libertad produce decisiones sorprendentes. Ya apuntaba en el comentario anterior que la idea sobre los problemas de visión o incluso sobre un pretendido alunamiento del pintor no me interesan especialmente. Primero, porque declarar loco a alguien impide un estudio razonable de su obra (el sensacionalismo acecha) y segundo porque la nómina de artistas con problemas psicológicos es amplísima. Respecto a la visión, se “acusa” a algunos impresionistas de ser miopes, como si eso fuera trampa. No me parece que El Greco pueda encuadrarse en condiciones médicas determinantes o que tales basten para explicar su obra. Creo más bien que sostiene una visión del mundo profundamente cristiana y humana que se deja ver prácticamente en toda su obra. La tristeza y gravedad del Caballero de la mano en el pecho, el retrato español por excelencia junto a los de la Alba de Goya y los bufones de Velázquez, vienen de la permanencia terrena y la necesidad de una vida que agrade a Dios. Pero donde mejor se deja traslucir el sentimiento es en el retablo de Doña Cristina de Aragón que se muestra debajo. Incluso cuando trata temas profanos parece haber una sensación de irrealidad, como en el Laoconte, cuyas figuras a la derecha podría haber firmado perfectamente Marc Chagall.
En la práctica de las Artes, uno es su propio tirano. Quiere esto decir que quemará su alma en el intento porque la tiranía que se ejerce sobre la obra es la de plasmar el mundo interior del artista. Solo así se produce ese conocimiento buscado. El conocimiento que nos transmite El Greco es mostrarnos su camino en la obra, y no dudará por ello de violentar formatos, colores, figuras o composiciones, incluso aunque le supongan discusiones con los mecenas y clientes del taller: parece que tuvo que abandonar Roma por sus opiniones despectivas sobre Miguel Ángel y tampoco encajó con los gustos de Felipe II. La visión del artista que solemos tener como alguien engreído y por encima de los demás suele ser cierta, pero en la época, tal soberbia podía traer consecuencias graves. De esas no suele hablarse en las crónicas: quien quiera saber más sobre la posición de autoafirmación de los artistas a partir del Renacimiento, puede leer a Wittkower.
La influencia de El Greco, en suma, es de todo tipo, pero sobre todo la de una mirada que no admite soborno. El artista como significante de su propia obra: en eso está a la altura de sus maestros italianos.
El Greco y la pintura Moderna. Museo Nacional del Prado. 24 de junio al 5 de octubre de 2.014