Contemplar detenidamente el cielo ayuda en la espera de encontrar lo ingobernable. Pero a veces, es el ojo, y no el aviso, el que busca la manera de sorprenderse y localiza la mirada de quien nos vigila. Es extraño y no quiere la mente asignar el gesto, por temor a que las nubes actúen bajo mandato.
Pero hay ocasiones en las que el azul avisa. No escucharlo es negarse a entender, también, la caricia de la brisa o el frescor del agua. Así, en mitad de una charla agradable, la cámara parece reclamar su automatismo y se dirige, o la dirigen, a lo Alto, para hacernos escuchar a veces su propia plegaria, a veces una conminación.
Me pregunto cuántas personas habrán visto el gesto y cuántas habrán atendido el aviso. Y espero, con un sentimiento líquido e indefinible, a que otra mirada se me cruce y sea amable. Y al final, cuando apago la luz, y es descanso, me pregunto si no nos refleja el cielo.