Estoy casi seguro de que la hierba se hace más humilde cuando acaba el día. Como si se preparara para recibir el golpe frío de la noche, se hace pequeña y trata de no sobresalir. ¿Por qué huele tan bien recién cortada? Como si agradeciera con fragancia la ayuda.
Espera el rocío como espera la escarcha. Cabizbaja, con la semilla escondida, empreñada de un atisbo de venganza cuando las noches se hagan más cortas y las tardes menos rojas. Teme el rojo la hierba porque, de mezclarse los colores, se haría todo negro. Si pudieran brincar las briznas…
Y en los hatos que los hombres hacen permanece su mudez obstinada: frágil como permanente, nos recuerda su olor que está ahí, que la noche avanza y el agua, en la forma que venga, rearma, cura y vivifica. El cielo se anaranja, en realidad, por ver si la alegría llega a inundarlas con un vapor del alma, pero son pocas las veces en que no se dan por vencidas. El deseo de ser hoja. Y fundirse con la pradera y no ser más fotógrafo, ni cronista… ni siquiera Kafka.