A veces basta un Brossazo para cambiar la configuración del sentido. Unir sueño y luz en la palabra, la mística del calambur mínimo, la sorpresa en lo extraño de los ángulos. Las letras tienen ojos, y arco, y tacón algunas, pero ése es un saber oculto para muchos. Me preguntaba, al pensar en cómo hacer líquida la piedra, si un capitel románico perdería su afán didáctico de convertirse en un sueño sin minio, y el movimiento de la cámara me enseño cómo el azar (un viajero apabullado por la potencia sagrada de la pequeña iglesia de Vallespinoso de Aguilar chocó conmigo y se disculpó como si me bendijera) destruye lo real e inicia el sueño.
Basta, pues, volver a mirar. Y en eso estamos, en realidad. En dejarnos atrapar por lo que la luz dicte e iluminarla luego de palabras y no encontrar más amena ocupación. El paisaje interior que se vuelca como los labios de la orquídea de piedra: que eso es, muchas veces, un capitel románico. Y en ese viaje circular y sin etapas me embarco, hasta que un sueño lleno de luz me abraza y con los ojos abiertos me abstraigo. Como ese capitel románico en concreto.
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